
16 Ene Por qué es tan pequeño el paso del amor al odio
El enamoramiento es una fase en la que nos sentimos mejor que nunca. Estamos llenos de energía, todo nos parece que adquiere una luz especial y ya casi ni necesitamos comer ni dormir. Vemos a la persona de la que nos hemos enamorado con todas las cualidades del mundo, la vemos divertida, guapa, inteligente… y un largo etcétera. Necesitamos saber constantemente acerca de ella, es como si de repente todo girara en torno de esa persona que acabamos de conocer o que hemos empezado a ver con otros ojos.
Las hormonas están literalmente revolucionados y nos ayudan totalmente en este proceso de fusión, con las implicaciones que tiene en las relaciones sexuales también.
Nuestra percepción de la otra persona está muy cerca de la idealización y, por lo tanto, tenemos una visión distorsionada. Necesitaremos, y esto depende un poco de cada caso, entre 15 y 18 meses para que nuestro cerebro nos permita ver la “realidad”.
Lo que ocurre es que una vez pasada la fase de enamoramiento tampoco llegamos a ver la realidad del todo. Siento ser aguafiestas, pero lo que suele ocurrir es que empezamos a conectar con nuestros miedos, heridas, inseguridades y creencias sobre las relaciones o lo merecedores de ser queridos que nos hayamos creído a lo largo de nuestra vida.
Con el tiempo, dejamos de ver y de escuchar a nuestra pareja y empezamos a interpretarla según las conclusiones que hemos ido sacando de ella. Y, ¿qué quiere decir que interpretamos a nuestra pareja? Que la hemos etiquetado, igual que nos hemos sentido etiquetados a lo largo de nuestra vida: soy inteligente o todo lo contrario, divertida o insípida, cabezota o me adapto con facilidad… Dejamos de ver a la pareja como un ser lleno de posibilidades que está en constante evolución y la vemos como alguien estático con unas etiquetas impresas a fuego.
Al interpretarnos mutuamente, algo empieza a apagarse en la relación, dejamos de sentirnos vistos, escuchados y por lo tanto valiosos y amados. Ya solo somos compañeros de casa o padres de unos niños. En ese momento, necesitamos que nuestra pareja cambie para que volvamos a sentirnos bien. Empieza una cuesta abajo que, dependiendo del caso, puede necesitar años o unos pocos meses. Hasta que nos acercamos a la ruptura, en la que se multiplican esas etiquetas y las discusiones son constantes. Prácticamente ya no escuchamos al otro, sólo lo suficiente para prepararnos para contraatacar porque, sin darnos cuenta, nos hemos ido metiendo en una guerra por quién tiene ‘la razón’. El fuego de la pasión se ha convertido en apatía o en rabia para el ataque.
Pero, como decía antes, ninguna de estas dos maneras de estar en una relación es ‘la realidad’. Debemos aprender a ver a la persona que tenemos enfrente como a un universo lleno de posibilidades y como a un/a compañero/a de vida para convertirnos ambos en la mejor versión de nosotros mismos. Pero eso no se puede dar ni si idealizamos al otro ni si proyectamos en él todos nuestros miedos y heridas.
Así que, si queremos tener relaciones plenas y conscientes, en primer lugar debemos desaprender la manera en que la sociedad y la cultura del amor romántico nos ha enseñado a relacionarnos. Y ahí se abrirá un mundo de posibilidades para que podamos crecer y avanzar juntos por la vida.